Cuando caminaba doce cuadras para ir a la escuela todos los días, después de que tomaba el desayuno hecho por mamá y había pasado toda la noche (solamente a veces) durmiendo plácidamente, cuando tenía muchas preocupaciones menores, que me encargaba de inflar, entonces, llanamente, creía que me gustaba el invierno. Ahora no, el invierno me da asco.
Los tic-tac de frutilla/cherry me dan asco también.
El té caliente a la mañana me da asco.
Salir muy abrigada me da asco.
Necesito comodidad urgentemente, que hagan por lo menos 25° a la sombra, y poder andar en shorts de algodón y remeras super simples. Extraño el calor.
Mi psicóloga me dijo una vez que el ser humano, cuando no se halla a gusto o no se siente bien consigo mismo, proyecta una época en la cual sí se sentía bien, si se hallaba y se sentía cómodo, e intenta volver a ella. Intenta que el ambiente a su alrededor se asemeje lo más que se pueda a aquel feliz entonces (no me explico esto último, pero así lo entendí). Muchas veces lo hice. Cuando una vez escribí "Hacer un verano de esta habitación", con lo cual me refería a ordenar todo, refrescar el cuarto, abrir las ventanas, tal y como lo hacía en el verano. No es nuevo, esto no es nuevo; hay muchas cosas nuevas en mi vida pero esta no es una.
Siempre consideré inevitable el volver a ser yo. Por infantil que sea mi personalidad de antaño, y por infundadas que sean algunas de sus preocupaciones. Todo y todos cambian, pero algunas cosas permanecen, en su esencia, iguales.
La vida, en su crueldad lúgubre e incompensible, me quitó algunas cosas.
Pero, también en su generosidad no más sencilla de comprender, me dio otras.
Ni un nuevo ambiente, ni una nueva casa, ni nuevas responsabilidades, nuevos fracasos, metas o logros pudieron llevarse de mi esos anhelos adolescentes, esa parte que, aunque oculta, jamás deja de ser.
Jamás dejamos de ser.
Y mirá vos, por simple que sea.. Me seguís atrapando con lo que escribís.
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