viernes, 17 de septiembre de 2010

Desconozco este lugar.

Pone un freno, L. Pone un freno antes de que alguien te ponga un palo en la rueda y eso implique que te caigas, te derrumbes. A nadie le interesa cuando te ve tirado, nadie calcula el tiempo que vas a tardar en caerte. Para ellos se trata de un juego, un juego en el cual lo que te hace mal se convierte en una droga de efectos extremos y no hacen más que aumentarte las dosis, provocarte. Ver cuánto más vas a aguantar, cuándo vas a decir basta, si vas a elegir seguir o estancarte. Quedarte. Retorcerte en tu dolor, ese dolor inflingido por aquellos. Aquellos, ¿Culpables? Aquellos ignorantes. Ignoran lo que te pasa, ignoran qué tan nocivo puede ser su veneno para un ser humano sensible. Y sí, me incluyo, porque me considero frágil y sensible. He aquí el malentendido de los conceptos totalmente equivocados, he aquí cuando más de uno piensa que el igual de sensibilidad es llorar y derrumbarse, o contraatacar defensivamente los comentarios ajenos. I’ve got some news for you: no es así. La sensibilidad tiene otro significado y otra raíz, y al menos en mi caso tiene más que ver con ver/oír/sentir cosas que podría llegar a considerar crueles, desconsideradas, perversas, o como quieras llamarlas. Cuando algo así se cruza en mi camino, daña mi sensibilidad. Porque me da impotencia. Y la impotencia por poco no hace que me vuelva contra mí misma al no poder desquitarme con alguien más. Porque después de todo, la gran mayoría se lava las manos. Nadie asume su parte. Una vez que te sentís así, saturado… ¿quién se hace cargo? ¿A quién podés atribuir toda tu tristeza, tu sentimiento de impotencia? Si antes eras un espíritu libre, ¿quién te cortó las alas? Jamás vas a poder encontrar a ese culpable que asuma su culpabilidad, y aunque lo hiciera, creerías que no es del todo culpable; no es más que un contribuyente. Como vos, como yo, como todos. Pareciera que me esfuerzo por buscarle el lado negativo a las cosas, y juro que no es tan así. Es que estas cosas me pesan, mucho más que las otras a veces (más que aquellas cosas buenas, la felicidad feliz), y tengo que encontrarles una explicación, aunque sea poco y no alcance, que al menos tenga algún sentido para mí desde mi propio punto de vista. No busco ser comprendida, pero esto tampoco es incomprensible. Es bastante simple: es la búsqueda de los porqués que todavía me resultan un misterio. Y como tengo mis dudas y mis preguntas, me permito plasmarlas, tirarlas así, como al aire, y quizás alguien, alguna vez, en algún lugar, me sepa responder. O no.

Pero ahora vuelvo a lo cotidiano, a lo sabido desde siempre: todo tiene un límite. Casi siempre hay algo que nos alerta, nos previene y nos anuncia que el “límite” está bastante cerca, que no da para mucho más. Como esa voz. Poné un freno. Basta. La cual a veces parece muy fácil de ignorar, porque casi nadie/nadie le hace demasiado caso. Me incluyo. Difícilmente respeto los límites que me auto impongo, y por lo general excedo. Excedo, y excedo. Y ahí es cuando me tengo que rendir cuentas a mí misma, cuando mi cuerpo ya no puede con ese ritmo, cuando de tantas cosas que le exijo ya no puede hacer una más y entonces tiene que admitir su derrota: me rindo. Se acabo. Y por más que siga auto exigiéndome, no voy a lograr más. No más.

Y si me sobre esfuerzo, será para peor.

“Toqué fondo”, y no es más que otra expresión. Más de una vez creí suponer que lo que estaba sintiendo por esos momentos era “tocar fondo”, cuando uno llega a sentirse tan mal, tan vacío, tan nulo y tan inútil que no se podría imaginar a sí mismo en una situación peor. Pero hay muchas maneras de tocar fondo… cada uno se da la cabeza con la piedra fría del fondo, ya que estamos, de su pozo de diferentes maneras. Pese a todo, pocas veces he sentido mi cabeza chocar contra la frialdad de la piedra, porque aunque parezca lo contrario a simple vista y dándome una ojeada, no soy tan pesimista como parezco, y como todos en sus momentos de desesperación, ahogo y desapego, si me las rebusco, intento respirar a todo pulmón, recurro a mis últimas. Sí lo hago. Pero a veces te encontrás (de repente, de la nada), solo y sin defensas, ya no tenés escudo, no tenés recursos. Y quedarse no es bueno para nadie. Ponerle el pecho a las balas, a veces es necesario. Aunque tengas que rendirte, frenar, tocar fondo. O tocás fondo, o seguís en constante caída.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Screamer