martes, 28 de septiembre de 2010

When words are scarce they are seldom spent in vain

Anoche.

No estoy en medio de un ataque de llanto, o de impotencia, o de lo que sea. Estoy en medio de una verborragia a la cual me resulta muy difícil ponerle fin. ¿Y por qué? Porque no sé qué hacer. En más de un sentido. De hecho creo que en todos. No sé qué hacer… no es más que una frase más, igual que aquella, “Toqué fondo”. Es todo tan abarcativo, tan global, que me es imposible emplear las mismas palabras para describir distintas cosas. John Fowles lo describe mejor, a través del personaje de Miranda en The Collector:

Cuando uno utiliza palabras, éstas tienen siempre brechas, vacíos. La forma en que se sienta Calibán… ¿por qué? ¿Vergüenza? ¿Para poder saltar sobre mí si trato de escapar? Puedo dibujarlo. Puedo dibujar su rostro y sus expresiones, pero las palabras están tan usadas, han sido tan utilizadas para expresar tantas cosas y personas. Escribo: “Calibán sonrió”. ¿Qué significa eso? No es más que uno de esos carteles de las escuelas de párvulos, en los que se ha dibujado una zanahoria con una sonrisa de boca de luna en cuarto menguante. Sin embargo, si dibujo esa sonrisa…

¡Las palabras son tan crudas, tan terriblemente primitivas si se las compara con el dibujo, la pintura y la escultura! “Yo estaba sentada en la cama y él junto a la puerta. Hablamos e intenté persuadirle de que debe emplear su dinero para educarse. Me contestó que lo hará, pero yo no me convencí de la sinceridad de su decisión”. No: eso es algo muy parecido a una cosa suciamente embadurnada.

Como si alguien tratase de dibujar con una mina rota.

Pero yo quiero escribir. Yo quiero expresarme con palabras, por primitivas que estas parezcan, por mucho que se las haya usado en situaciones diferentes; porque una nueva idea, renueva a esa palabra. La palabra renace, cobrando otro sentido. Se transforma, y se adapta, dándole sentido a lo que quiero decir. Yo garabateo la palabra, y ella se adapta a mí. Y tiene otro significado, porque el instante es irrepetible: nadie más que yo escribió esa palabra, pensando lo mismo, en el mismo espacio y tiempo. Es única, mi idea es única, fresca y original… pero aún así, a veces cuesta no tener en cuenta lo mucho que las palabras han sido usadas. A veces me encuentro con que no puedo expresar lo que siento en palabras. A veces me parece que no hay palabras. Pero creo que eso se debe, supongo, a que los pensamientos pesan muchísimo más que las palabras, para cada persona. Pero para aquellas que consideran importante que dichos pensamientos sean expresados, o para aquellas que, como yo a veces, necesitan expresarlo, porque albergarlos se convierte, de a poco, en una carga demasiado pesada, las palabras lo son todo. Sé que sin ellas no soy nada. Sé que sin ellas no soy nada ahora ni lo sería nunca.

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